Aspectos médicos de la homosexualidad
Antonio Pardo
La homosexualidad ha sido
objeto recientemente de varios artículos científicos que la prensa ha difundido
con titulares sensacionalistas que no reflejaban adecuadamente la naturaleza de
los hallazgos. En estas páginas intentaré clarificar lo que la Medicina conoce e
ignora acerca de la homosexualidad. Para explicar esta cuestión hay que reunir
conocimientos de neurofisiología, genética, educación, psicología y ética
Aunque quizá sea una
simplificación, podríamos decir que es homosexual la persona que, en su
tendencia y comportamiento sexual muestra inclinación hacia personas del mismo
sexo. Esta definición nos permite aclarar de entrada algunas cuestiones. La
primera es que, propiamente hablando, no existe homosexualidad en los animales.
Pero esto no implica que su conducta sea exclusivamente heterosexual. De hecho,
se ha observado que la conducta sexual animal, al menos en los mamíferos más
evolucionados, es muy abigarrada: además del complejo control fisiológico de la
reproducción (especialmente hormonal), en la conducta sexual animal intervienen
factores conductuales distintos a los meramente reproductivos. Concretamente,
puede intervenir el juego durante la edad juvenil (primates), o las conductas de
sometimiento los machos dominantes durante la edad adulta (cánidos, etcétera).
Además, la vida en cautividad, al suprimir muchos estímulos de la vida silvestre
propicia una mayor frecuencia de conductas sexuales entre individuos del mismo
sexo, como bien saben los ganaderos. Existe, por tanto, una interacción de
varios impulsos instintivos y circunstancias ambientales que terminan
configurando el comportamiento sexual animal.
Por razones de
supervivencia, el instinto reproductor de los animales siempre se dirige hacia
individuos del sexo opuesto. Por tanto, el animal nunca puede ser propiamente
homosexual. Sin embargo, la interacción con otros instintos (especialmente el de
dominio) puede producir conductas que se manifiestan como homosexuales. Tales
conductas no equivalen a una homosexualidad animal: significan que la conducta
sexual animal incluye, además de la reproductora, otras dimensiones.
La conducta sexual humana
La conducta sexual humana
es más compleja que la animal; aunque ésta nos puede instruir acerca de algunos
aspectos presentes en el hombre, en éste hay elementos propios, inexistentes en
los animales. Mencionaremos los tres más relevantes. El principal es que la
conducta sexual humana (al igual que cualquier otra conducta humana) puede ser
objeto de decisión, puede ponerse o no por obra. Una decisión así no está dentro
de las capacidades del animal: éste obra llevado por sus pulsiones instintivas y
las circunstancias ambientales. Por esta razón, la conducta humana está en una
permanente tensión entre las tendencias y las decisiones. La educación humana no
es, como en los animales, domesticación (creación de condicionamientos que se
apoyan sobre los instintos), sino cultivo de la inteligencia y de la afectividad
que permite al hombre decidir libremente, de modo que pueda resistir sus
inclinaciones cuando le dificulten obrar bien, o fomentarlas cuando le ayuden
(piénsese en el control de la ira para permitir la convivencia social o en el
fomento del afecto maternal para permitir la educación de los hijos). El segundo
elemento es la relativa independencia del hombre con respecto al medio en que
vive. Mientras que el animal depende de su dotación íntegra física e instintiva
para sobrevivir, el hombre puede tolerar graves carencias físicas y
tendenciales, pues cuenta con su inteligencia para resolver los problemas que la
vida plantea. Así, mientras que cada animal se encuentra adaptado a un medio
concreto, y no puede sobrevivir fuera de él, el hombre se encuentra por todo el
planeta. Por esta razón, los genes del hombre relacionados con la conducta no se
encuentran, como los de los animales, exquisitamente controlados por las
circunstancias externas. En el caso del hombre, las tendencias innatas, ligadas
a la dotación genética, pueden descabalarse hasta cierto punto, sin que esto
ponga a la especie en peligro de extinción: la inteligencia suple. Así, mientras
que un animal con un error instintivo en su conducta sexual no se reproduce, el
hombre con una inclinación innata no dirigida hacia el otro sexo sí puede
hacerlo, con lo que puede transmitir su dotación natural alterada. Debido a este
segundo factor (herencia no gobernada exclusivamente por el ambiente) en el
hombre puede haber verdadera homosexualidad innata, que sería imposible en un
animal. Y, en tercer lugar, el desarrollo psicológico humano no consiste en la
simple interacción de inclinaciones innatas y decisiones libres: interviene
también la educación. En el terreno de la sexualidad, dentro de la influencia
educativa, debemos contar el desarrollo psicoafectivo, en el que influye
decisivamente el ambiente familiar. De hecho, se ha postulado como una de las
posibles causas de la homosexualidad (psicológica en este caso) la existencia de
psicopatología familiar (madre hiperprotectora y padre indiferente, etcétera) .
Esta visión de la conducta humana como un conjunto integrado de aspectos
intelectuales, físicos y psicoafectivos no ha sido apreciada debidamente a lo
largo de la historia. De la homosexualidad se han dado versiones excluyentes:
intelectualistas (esa conducta es sólo fruto de una decisión personal),
biologístas (es sólo fruto de una dotación genética o neuroanatómica peculiar) o
culturales (es sólo fruto de la educación o de los condicionantes
psicoafectivos). Cada una de estas tres interpretaciones valora al homosexual de
modo distinto. En el primer caso, el homosexual es sólo culpable. En el segundo,
es un títere inocente de sus tendencias alteradas. En el tercero, ha sufrido, a
su pesar, una influencia externa negativa. Sin embargo, cualquiera de estas
interpretaciones resulta simplista. La conducta del hombre no es resultado sólo
de decisiones, ni sólo de pulsiones innatas, ni sólo de hábitos inculcados, sino
que es resultado de una interacción compleja de estos factores: pulsiones
determinadas genéticamente y decisiones, ambas moduladas por la educación
recibida (incluyendo bajo este término tanto los aspectos psicológicos como
éticos). Ninguna consideración de la homosexualidad que deje fuera alguna de
estas facetas está en condiciones de enfrentarse adecuadamente a los hechos: los
malinterpretará y dará a los homosexuales falsas soluciones a sus problemas.
El gen de la
homosexualidad
Hasta hace poco, la
interpretación intelectualista (la homosexualidad es sólo fruto de una decisión)
fue la más difundida. Quizá como reacción, en tiempos recientes el acento se ha
desplazado hacia lo puramente biologista, y se ha comenzado la búsqueda
científica de diferencias genéticas o estructurales entre las personas
homosexuales y las heterosexuales. Esta es una investigación plagada de
dificultades, ya que ha de tener siempre en cuenta el origen multifactorial de
la conducta humana. Los hallazgos recientes y, sobre todo, los que más han
cautivado a la opinión pública, son los que asocian la conducta homosexual con
alteraciones de la estructura cerebral o de los genes. El primero de estos
estudios que se hizo famoso fue el de Levay. Su trabajo analizó el desarrollo de
los llamados núcleos intersticiales, cuatro grupos de neuronas de la zona
anterior del hipotálamo. Descubrió que, de los cuatro núcleos, el número 3 era
menor en los varones homosexuales que en los heterosexuales (ya era sabido que
es menor en mujeres que en varones). Sin embargo, este estudio no es definitivo:
el número de cerebros estudiado era pequeño, y casi todos provenían de enfermos
de SIDA. Queda por establecer si esa alteración morfológica es un rasgo
constitucional y no un efecto de la infección. Además, aunque se demostrara lo
primero, seguiríamos sumidos en la ignorancia por lo que respecta a su
significado: habrá que aclarar qué tipo de conexión puede haber entre esa
diferencia anatómica y la tendencia sexual. De hecho, un trabajo reciente de
Gorman se ha cuestionado, con bastante fundamento, si los núcleos intersticiales
tienen que ver con la inclinación sexual y si no sería más razonable investigar
sobre otras zonas cerebrales. El otro estudio fue el realizado por Hamer, que
analizó la relación en la orientación sexual de los varones con el marcador
genético del cromosoma. Este autor, junto con su equipo, miró el árbol
genealógico de 114 familias con algún miembro homosexual e intentó establecer
una regla ... entre los miembros de tendencia homosexual. Al parecer, puede ser
un factor genético ligado al cromosoma X (del que los varones poseen uno y las
mujeres dos). Para corroborar esta hipótesis realizó, en 40 familias, un estudio
genético y encontró que había relación entre la presencia de marcador en el
cromosoma X y el comportamiento homosexual. Este estudio no significa, sin
embargo, que se haya identificado el gen de la homosexualidad: como hemos
mencionado antes, dada la complejidad de la conducta sexual, es muy improbable
que la orientación sexual masculina dependa de un solo gen. Este hallazgo es
sólo una prueba inicial de que un factor o varios factores genéticos ligados a
la homosexualidad masculina. Pero sigue sin saberse de qué genes se trata o cómo
influyen en la conducta. Y, como es evidente, el conocimiento de este dato no
nos pone en condiciones de tratar la inclinación sexual alterada. Por desgracia,
estos datos no son suficientes para aclarar el problema patológico que subyace
en la homosexualidad. La cuestión es todavía oscura. Estas investigaciones están
solamente en sus comienzos y no sabemos adónde podrán llegar. La conducta sexual
es, desde el punto de vista biológico, resultado de una interacción compleja de
varias tendencias; por eso el hallazgo de un solo factor nos da pocas luces
acerca de qué trastornos genéticos (con las consiguientes modificaciones
neurológicas, hormonales, etcétera) son causa de la tendencia homosexual, aunque
es un camino para saberlo. Sería necesario conocer además otros genes que
orientan la conducta juvenil de juego, la conducta de relación, etcétera. Para
colmo, en el hombre, estos estudios biológicos están dificultados por su
capacidad de decisión: por poner un ejemplo de otro tipo, no toda alteración
genética que determina una mayor agresividad del varón (la trisomía XYY) produce
conducta agresiva, porque el hombre puede sobreponerse a sus inclinaciones. Se
trata, en suma, de estudios extraordinariamente difíciles, que no parecen tener
respuesta clara a corto plazo. De hecho, la sola existencia de distintos tipos
psicológicos de homosexuales, con predominio de la tendencia femenina de
sometimiento, o de la tendencia social de dominancia, muestra la complejidad del
problema: la homosexualidad no se puede atribuir, sin más, a una sola causa, y
menos a una sola causa biológica.
El papel del médico
A la hora de la atención
médica, la homosexualidad plantea, fundamentalmente, dos problemas, de los
cuales uno tiene actualmente enorme preponderancia: el SIDA, cuyas enormes
repercusiones desbordan las posibilidades de este artículo. El otro consiste en
tratar las alteraciones psicológicas de este tipo de personas. Sin embargo, el
médico no se enfrenta, ante estos pacientes, con un mero problema psicológico
(de ansiedad, etcétera), no relacionado con la conducta homosexual. Y esto
merece una breve explicación. La medicina no persigue la felicidad del hombre.
Esa es una cuestión de la que, tradicionalmente, se han ocupado la Ética y la
Religión: saber cuál es la conducta, libremente decidida, que lleva al hombre a
su plenitud humana. El médico se ocupa sólo de los aspectos médicos de la vida
humana: la salud y la enfermedad. El médico no es un consejero moral. Sin
embargo, el médico, cuando intenta tratar a sus pacientes, no puede hacer caso
omiso de que son hombres, con capacidad de decisión y, por tanto, con cuestiones
morales en su vida, que, sobre todo en los pacientes que acuden al psiquiatra,
pueden tener una gran relación con los trastornos psicológicos. Hay tendencias
en Psiquiatría, actualmente bastante difundidas, que consideran éticamente
irrelevante la conducta del paciente en materia sexual. Consecuentemente,
queriendo hacer desaparecer el factor ético, han suprimido la inclinación
homosexual de los prontuarios de enfermedades psiquiátricas, mientras que,
paradójicamente, han dejado otras desviaciones de la tendencia sexual
(paidofilia, voyeurismo, etcétera). Parece más coherente el siguiente modo de
actuar: el médico, cuando su paciente presenta un problema de homosexualidad,
tiene obligación de atenderle. No debe discriminarle en razón de su tendencia o
inclinación sexual: el médico se debe a todos sus pacientes por igual. Ahora
bien, esa igualdad de trato no significa indiferencia hacia el estilo de vida
que lleve el paciente. Porque el médico sabe que ese estilo de vida puede tener
relación muy directa con los problemas psicológicos que aquejan al paciente.
Reducir el problema a su dimensión puramente psicológica es incompetencia
médica. La escuela psiquiátrica de Victor Frankl ha dado nombre al enfoque que
tiene en cuenta ese aspecto humano del paciente: la logoterapia. Su idea de
fondo consiste en afirmar que la libre decisión de la voluntad puede tener una
influencia muy importante en la psicopatología. Consecuentemente, no desdeña
plantear al paciente un horizonte de exigencia, si un enfoque humanamente
inadecuado de la vida personal es la raíz de sus problemas psicológicos. No es
falta de realismo que el médico plantee a su paciente el control de sí mismo y
de su tendencia hacia personas del mismo sexo. Del mismo modo que cabe el
control de la tendencia hacia el sexo opuesto en quienes no sufren una
perturbación de la tendencia heterosexual, debe abrirse la posibilidad a este
tipo de consejo en el caso de la homosexualidad. Plantear la sexualidad como
algo de ejercicio completamente irrefrenable resulta un enfoque humanamente
equivocado y poco realista. De hecho, lo normal es que el hombre sea dueño de
actos; ¿por qué excluir la conducta del homosexual de esta ley general? -- A
veces, los problemas psicológicos que presentan este tipo de pacientes se
derivan de su falta de autocontrol. Indudablemente, la vivencia de la tendencia
hacia personas del mismo sexo ya resulta de por sí bastante turbadora. Pero si a
este factor se suma una práctica desaforada de la sexualidad, la sensación de
culpabilidad se acrecienta, y es difícil mantener una estabilidad psicológica:
se impone acudir al médico. Por tanto, dentro de la atención médica correcta,
estos pacientes, debe figurar un intento de restablecer la confianza en sí
mismos, intento que pasa por proponer al paciente, de modo adecuado a sus
circunstancias, el control de su peculiar inclinación.
Publicado en Nuestro
Tiempo, Nº VIII/95